Estudio de Arte YUSTE

* El Estudio de Arte YUSTE significa la culminación de un ansiado proyecto: hacer de un centro dedicado a la restauración y conservación de obras de arte y objetos artísticos, una expansión hacia la pedagogía del arte y la literatura basada en el único criterio de aplicar la más rigurosa ortodoxia en lo académico y la libertad total en lo creativo.

* Desde hace más de treinta años el Estudio de Arte YUSTE ha desarrollado este proyecto con la satisfacción de ver como el trabajo y la dedicación de los alumnos ha situado a muchos de ellos en escenarios donde se valoran la creatividad, la originalidad y la capacidad de investigación y superación que marcan los caminos de la actividad artística.

* Como consecuencia de esta tarea basada en el trabajo, la disciplina y la dedicación, se ha creado el Grupo Artístico STUDYO que pone de manifiesto el resultado del esfuerzo de unos artistas que, desde la individualidad estilística y creativa, presentan su trabajo a público y crítica amparados por galerías de arte e instituciones que acogen sus obras con interés y claro deseo de mostrarlas y difundirlas.

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viernes, 26 de diciembre de 2014

Relato de MARA A. LOREDO
Primer Premio del VII concurso de relatos breves "María de las Alas Pumariño"





AQUELLA PROFESIÓN 
DE HOMBRES 


Cuando Martina empujó la puerta de roble, a la altura de los ojos, la luz incidió sobre una placa dorada: M. Barcalano y asociadas. Sonrió.

         La misma sonrisa que había iluminado su rostro a través de los años, al colocar con fuerza sus tacones sobre la entrada y detener la mirada, por un instante, en el latón y la letra inglesa.

―Pero es que usted no comprende que no es normal. Tiene que acabar en: o ese, y no en: a ese. No suena bien. Siempre se ha hecho así ―decía el grabador, señalando con el índice y tocando con fuerza la o, una y otra vez, a la joven que le estaba pidiendo, a su entender, semejante estupidez. 

―Quiero que ponga asociadas. No me interesa si a usted le suena bien a sus oídos. Haga el favor de poner una a ―Martina abría los ojos de asombro, sin poder explicarse la razón por la que le discutía lo que ella había encargado.

Desde entonces, y ya habían pasado muchos años, la misma placa la acompañó a medida que se había ido mudando y ampliaba el número de socias.

Pasó al lado de un grueso álbum de piel marrón, abierto sobre un atril en la esquina del recibidor. Era la muestra gráfica del prestigio alcanzado por Martina. En sus fotografías aparecía recibiendo medallas, nombramientos por universidades, y, hasta un par de presidentes de gobierno extranjeros le daban la mano. Los títulos, diplomas, ponencias en congresos, cubrían las paredes. 

¿Por qué razón los mantenía visibles? la única concesión que había realizado a su ego. En alguna ocasión los había retirado, pero al argumentar sus socias que debían continuar allí, ella claudicó encogiéndose de hombros. Sin embargo, la realidad era que un secreto bálsamo de complacencia la inundaba.

―Martina, hay un acto en memoria del antiguo diputado al que deberías ir, el anciano político local ―le recordó Carlos, su ayudante, al verla.

―Gracias, sé de quien me hablas ―respondió escueta. Carlos la miró a los ojos; le había resultado extraño el tono de voz y no dijo más.

Martina entró en el despacho, se dejó caer en el ergonómico asiento ante la mesa repleta de documentos, su altura cubría un pequeño portarretratos con la familia. De pronto giró el sillón hasta encararse con las estanterías. Frente a ella su historia profesional.

Una vez más se hizo la pregunta que la acompañaba desde unas horas atrás, mientras las turbulencias jugaban con el avión en el que regresaba a casa.

¿Mereció la pena?

La respuesta se presentó a modo de más preguntas ¿Cómo ocurrió? ¿Cómo logró sobrevivir en un mundo de hombres, en una época en que la vida no era fácil para las mujeres emprendedoras?

Al recordar que había sido pionera, como un latigazo, el vértigo del tiempo la sobresaltó. Llegó tan veloz que la inquietó de lo lento y a la vez lo rápido que había pasado y de la huellas que no solo habían dejado surcos en su piel.

Respiró hondo y recogió la prensa del lateral de la mesa. Abrió varios periódicos. Ante ella se desplegaron sucesivamente editoriales, artículos, cartas; leyó todo lo dedicado al político desaparecido no hacía mucho. 

Ante tanta alabanza, Martina bajó la cabeza meditando la otra realidad del personaje. La silenciada. La que nadie, probablemente, habría comentado nunca más. La que no tuvo ni la más mínima importancia porque, total, había sido dedicada a una mujer. 

          Movió la mano ante su frente para no pensar, apartar aquel flash de su cabeza, pero sin poder remediarlo, el recuerdo se hizo presente con toda la fuerza. Una transferencia de su cerebro que parecía querer desafiarla, haciendo presente un pasado remoto; y Martina sucumbió al dolor de la herida, abierta aún, sin ella saberlo, en su subconsciente. Daño producido por uno de los mejores amigos de su padre. Amigo al que su madre había invitado en tantas ocasiones a la mesa, y al que ella había conocido desde niña.

De golpe se vio a sí misma entrando en la mal iluminada sala. Con la reciente aprobada Constitución, el derecho de asociación existía por fin. Recordó que se había enterado de la reunión de manera casual al encontrar a un par de colegas. Habían sido citados con carácter urgente, explicaron. Reunión a la que no se la había convocado, por error creyó Martina. Asistió, con toda la inocencia de sus veintiseis años. Ella no podía faltar porque la presidía el amigo, que junto a su padre, habían ayudado a organizar en la clandestinidad debates sobre la lucha por los derechos de los trabajadores de su profesión. Martina había crecido entre aquel ambiente. 

Sintió calor en las mejillas ante la apología vertida por la prensa con los logros del político y percibió que sus latidos se aceleraban mientras leía los párrafos relatados por él mismo en sus memorias, explicando su salto a la política desde el asociacionismo. Martina rememoró el vacío que se formó al entrar ella en la sala. Nadie respondió a su saludo. Supuso que trataban, una vez más, cómo dignificar su profesión. La que había heredado de su padre. Y se encontró la realidad: conspirar, sin ella saberlo, para impedirle desarrollar la labor empresarial en aquel campo. Martina daba en ese mundo sus primeros pasos para evitar una mala venta o inclusive la ruina familiar. Porque, ¡Oh!, ironías de la vida, no existía un varón que continuase con la empresa. Únicamente había una mujer, que era ella, empleados, y gastos. En un, hasta entonces, círculo masculino cerrado.

Martina tardó en comprender lo que estaba escuchando. Un único orden del día: retirarle su acreditación profesional. Pero, ¿Qué se creían aquellos hombres que hablaban mientras dirigían sus miradas ceñudas hacia ella? Vertían palabras de desprecio y todos sus argumentos se concentraban en que era una mujer.


        Se le agolpó la sangre en las sienes con el recuerdo del instante en que se puso en pié, y con el dolor aún por el fallecimiento inesperado de su padre, sacando toda la energía de los ancestros de las mujeres de su familia, en tono grave, muy despacio y vocalizando perfectamente les dijo:

―Probablmente yo sea una de las pocas personas de esta sala a la que los estudios la respaldan con una cualificación profesional. Y con ustedes o sin ustedes, dado que estoy constituida legalmente como empresa, y a partir de hoy, muy probablemente sin ustedes y sin ti “amigo” ―clavó sus ojos en él―, continuaré la labor empresarial de mi predecesor ―dijo, antes de dar media vuelta, erguir su figura como si quisiera crecer y abandonar una sala que por unos segundos había quedado enmudecida. 

          Salió del edificio con ojos enrojecidos, no por lágrimas, sino por lo que consideraba una traición a su familia y a su dignidad de persona. Aquella confabulación marcó su trayectoria posterior, un  motor interno para no arredrarse jamás ante nadie y convertirse en la mejor profesional que ella podía llegar a ser.

Unido al trabajo de Martina y su grupo, aquellos instantes, sirvieron indirectamente para abrir caminos a otras mujeres. Ella siempre ha comentado que la suerte resultó una aliada y la acompañó desde aquel día. Quizás la suerte y quizás su trabajo basado en el equipo y la colaboración. 

En el despacho contiguo, Martina escuchó la risa de Raquel, su hija. Cerraba un trato importante. Reclinó la parte superior del cuerpo sobre el respaldo. Cerró los ojos y dejó a su imaginación dibujar la figura de su nieto pequeño cuando explicaba que quería ser como la abuela y, además, los fines de semana nadar con tiburones. Se esponjó de satisfacción.

De repente, Martina sintió erizarse la piel al notar el aliento en su espalda de la jubilación próxima y se preguntó de nuevo si mereció la pena. 

Y decidió que sí.


MARA A. LOREDO