Estudio de Arte YUSTE

* El Estudio de Arte YUSTE significa la culminación de un ansiado proyecto: hacer de un centro dedicado a la restauración y conservación de obras de arte y objetos artísticos, una expansión hacia la pedagogía del arte y la literatura basada en el único criterio de aplicar la más rigurosa ortodoxia en lo académico y la libertad total en lo creativo.

* Desde hace más de treinta años el Estudio de Arte YUSTE ha desarrollado este proyecto con la satisfacción de ver como el trabajo y la dedicación de los alumnos ha situado a muchos de ellos en escenarios donde se valoran la creatividad, la originalidad y la capacidad de investigación y superación que marcan los caminos de la actividad artística.

* Como consecuencia de esta tarea basada en el trabajo, la disciplina y la dedicación, se ha creado el Grupo Artístico STUDYO que pone de manifiesto el resultado del esfuerzo de unos artistas que, desde la individualidad estilística y creativa, presentan su trabajo a público y crítica amparados por galerías de arte e instituciones que acogen sus obras con interés y claro deseo de mostrarlas y difundirlas.

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lunes, 3 de febrero de 2014

"CRISANTO". Relato de MARA A. LOREDO


 En el marco de la última edición de la SEMANA NEGRA que tuvo lugar en Gijón (Asturias) el pasado mes de julio de 2013, se desarrolló el “II Certamen Literario 50+” en el  que obtuvo el Primer Accésit la autora Mara A. Loredo con su relato titulado “Crisanto”.
Mara A. Loredo, que ya ha frecuentado anteriormente las páginas de este blog, con este magnífico relato: “Crisanto”, nos seduce una vez más con su característica cadencia narrativa trasladándonos inevitablemente al centro del escenario de la historia que nos cuenta para hacernos participar de su argumento.


 

CRISANTO



Como un sabueso que rastrea la presa, Crisanto levanta la cara y mira alrededor al salir del coche. Olfatea el mar. Coloca el índice y el pulgar en los extremos de los labios y tira hacia abajo acusando más el rictus de su boca.
Paladea el sabor a sal.
Paga al taxista y continúa a pie. Tras doblar el recodo divisa el faro entre la bruma que lo cubre. Para verlo mejor ajusta las gafas a su nariz aguileña, mientras recuerda las salvajadas que tuvo que aguantar sobre ella estando encerrado.
Con su andar encorvado llega hasta el punto. Se detiene. Contempla desde la altura el verde lechoso del agua chocando contra las rocas y la velocidad de la espuma al elevarse varios metros.
Se acerca más al acantilado y pone los pies justo al borde; un latigazo traspasa su cuerpo. En la zona más escarpada, Crisanto, estático, percibe el incesante movimiento del mar que lo reclama. Cierra los ojos y se retira unos pasos.
¿Por qué no pudo demostrar que no fue él?
¡Aquel abogaducho que le adjudicaron tuvo la culpa!
Había trabajado en diferentes faros por el Mediterráneo, sin embargo, Crisanto ansiaba ser el señor del mar en uno del norte, batido por grandes olas.
Cuando obtuvo un puesto de farero en el Cantábrico la felicidad le pareció a su alcance.
Pero llegó solo, su novia de toda la vida había decidido en el último momento que no estaba dispuesta a abandonar su tierra. Y aquel verano, con manos temblorosas por abrir las cerraduras, Crisanto tomó posesión del faro resentido contra las mujeres en general.
Siempre huraño bajaba hasta el bar a emborracharse. En poco tiempo logró que unos lo evitaran y el resto lo ignorasen. Así se convirtió en ‹‹El Farero››, aislado, incapaz de entablar relaciones. Por contraste, buscaba la compensación en los despeñaderos, entre los cortes más verticales por el estrecho camino de acceso al faro. Consciente del peligro, desafiar el terreno era lo único que le hacía sentirse vivo. Pese a ello, las experiencias del mar, el viento y la lluvia por compañeros, con el paso de las estaciones comenzaron a perder para él la primitiva intensidad.
La conoció tras subir gateando, agarrado a un aligustre, para con un impulso final llegar al camino y conseguir dejar atrás el abismo. Oliva le contemplaba al lado del precipicio, con sus manos cruzadas sobre el pecho, y expresión de admiración en el rostro. Ella aplaudió al hombre triunfador, en el instante en que, de un salto, Crisanto se ponía en pie. Ocupado en desafiar al vacío no la había visto.
Vivía en la casa  más cercana al faro y se había acercado para ofrecerle productos de su huerto.
―Son patatas de riñón, las mejores. También tengo tomates estupendos.
La juventud de Oliva y su tez morena le devolvieron el deseo de compañía femenina. Obsesionado con la joven, temeroso de perderla, al poco tiempo le pidió que se casaran:
―Ninguno tenemos familia, será poco más que ir al cura y firmar― le dijo al proponerle que se mudase a vivir a la casa del faro.
No obstante, receloso de que le abandonasen de nuevo, él era incapaz de desprenderse de sus obsesiones. Dificultaba que ella se acercase al pueblo.
Un día, en el bar, permanecía sentado con su botella de orujo delante y alguien contaba una historia. Cuernos, en el aire quedó la palabra. Su mirada oblicua se refugió en el fondo de su vaso. Mientras hundía el cuello en los hombros, le pareció que su espalda se convertía en el centro de las risas de los parroquianos.
Ya había pasado la novedad de tener a Oliva cerca, y el carácter misántropo de Crisanto volvió a resurgir. Entre celos y silencios pasaba de ignorarla a despreciarla; ella no se adaptaba a aquel tipo de vida en el faro y, para colmo, la boda no llegaba… Entretanto Oliva quedó embarazada. Se lo dijo con temor, casi en un susurro. Y la reacción de él no se hizo esperar:
―Quién me dice que es mío, a saber, o te deshaces de él o te largas con tu bastardo.
Oliva tardó en comprender el significado de la frase. Suplicó entre lágrimas… Aquella misma noche, Crisanto la echó de la casa del faro.
Supo que tuvo un chaval. En una ocasión tropezó con la partera:
―Farero, no lo puedes negar: el chiquillo es igual que tú ―le dijo.
Crisanto no respondió.
Alguna vez distinguió de lejos a Oliva con el muchacho. Crisanto siguió por el sendero montado en su “Iso”. También la vio paseando por los alrededores del faro.
Muy atrás quedaron los tiempos en que se levantaba por las mañanas con ilusión. En el primer destino de farero, había limpiado los lentes de Fresnél con mimo. Atendía a la linterna. Revisaba con dedicación el sofisticado mecanismo giratorio, para que no fallase. Se había sentido un héroe orientando a los navíos.
Entre los acantilados y el faro Crisanto subsistía dejando transcurrir los años. No obstante, se ganaba unas pesetas extras arreglando cualquier aparato de óptica que llevase lentes en su interior; de esa manera, iba haciendo unos ahorros para su cercano retiro. Únicamente hablaba con sus clientes. Y lo preciso.
Un atardecer cuando subía por las escaleras de hierro advirtió un ruido seco diferente a los habituales del faro. Puso atención. Entonces le pareció notar el eco de pasos acelerados por debajo. No tenía ningún arreglo pendiente. Le traerían un trabajo nuevo. Agudizó el oído. Pero los sonidos cesaron.  Siguió subiendo hasta llegar a una estrecha escalerilla vertical, para acceder al corazón del faro antes de que cayera totalmente la noche. Revisó la gran linterna de cristales circulares. Todo en orden.
Por el oeste aún se distinguía el rojo del sol ocultándose tras el mar dejando el cielo teñido de magentas.
Con el cigarrillo apagado en la comisura de los labios, Crisanto dio por finalizada su ronda. Llegó al primer peldaño de la escalera de caracol con su rictus de amargado, y las manos sucias de andar limpiando los engranajes y no lavárselas durante días. Miró sus pies enfundados en unas zapatillas de cuadros por las que asomaba el dedo gordo, comenzó a bajar, ni se molestaba en ponerse zapatos.
― ¿Para qué? ―A fuerza de vivir solo tantos años, se había acostumbrado a hablar en alto para escuchar una voz.
Porque la soñada melodía de un mar bravo, se había convertido para él en un rugido insufrible, que lo envolvía pegado a su piel llegando a desquiciarle.
Afuera era de noche.
Y Crisanto, sin querer, mentalmente repasaba los segundos del giro del haz de luz, los tenía incrustados en su cabeza. Le taladraban sin poder evitarlo. Uno, dos, tres, uno… ocho, nueve; u-n-o, d-o-s, t-r-e-s… ¡Odiaba; la odiaba, odiaba aquella cadencia! Bordeando la cordura, hermético en su obsesivo contar, trastabilló con algo en uno de los peldaños en medio de la escalera.
― ¡Cago en…! ―retumbó su voz en el interior del faro.
Introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y buscó la caja de cerillas. Con sus uñas ennegrecidas Crisanto rascó una y acercó la llama al bulto.
― Pero, ¿Qué…?
Atravesada en dos escalones, Oliva, con irregular respiración, emitía unos sonidos como jamás había oído. ¿Qué hacia ella allí? La cerilla le quemó la yema de los dedos. Encendió una más y la acercó a su cara.
En principio, no se atrevió a moverse. Permaneció arqueado ante ella que lo miraba sin expresión en sus ojos muy abiertos. Una cuerda rodeaba su cuello. ¿Quién le había hecho aquello? Aunque pensándolo bien… a él ¿Qué le importaba? Seguro que ella se lo había buscado. El reflejo del haz de luz iluminaba la escalera del interior del faro alternando la luminosidad con la negrura, Crisanto no gastó ninguna cerilla más.
De pronto una idea le asaltó ¿Le culparían de aquello?, ¡Seguro!. Todo el mundo sabía que habían tenido que ver. Sacudió la cabeza. Debía alejarla de allí.
Bajó a por la gran saca con la que protegía los lentes para repararlos, y al volver a subir la respiración ronca y silbante de Oliva delataba que aún vivía. No le importó. Tenía que quitarse el problema de encima. Era su único pensamiento. Con toda su fuerza metió la saca por debajo de Oliva y la cerró dentro.
Apretó los nudos. Comenzó a arrastrarla.
Cada impacto seco le indicaba un peldaño bajado, Crisanto se animaba y tiraba más fuerte. Llegó al final de la escalera. Un último peldaño.
Y… ¿Qué hacía con ella? ¿Tirarla al mar?. Escuchó las olas que estallaban contra el acantilado, la marejada se abatía sobre la costa esa noche. Lo desechó, el mar la devolvería. 
Se detuvo a cavilar. Había deseado apartarla de su vida, pero no, ella se obstinaba en pasar por delante del faro, enseñarle ese bastardo que se había empeñado en tener. Aunque el odio que ofuscaba su mente nublaba sus ideas, Crisanto se aferró a una que le pareció sublime. Haría desaparecer para siempre a Oliva. Conocía el lugar perfecto. Nadie la encontraría jamás.
Arrastró la saca fuera del faro y cargó a Oliva sobre su moto. La ató con varios cordajes y arrancó. Avanzó entre la niebla por el zigzagueante sendero de acceso al faro, cuando llegó a su parte más estrecha se detuvo.
Lanzó el bulto al suelo.
Calculó la distancia hasta el primer arbusto sobresaliente dentro del precipicio.
Empujó.
El sonido de la caída quedó absorbido por el rugido del mar. Con tres saltos bajó hasta la saca. Volvió a empujar con fuerza.
El peso se deslizó, arrollándole por un instante a él también, hasta chocar contra las voluminosas piedras que sobresalían de la vertical. La encina enraizada en ellas ocultaba totalmente la entrada.
El golpe de una ola rompiendo abajo contra las rocas lo devolvió a la realidad.
¿Y si Oliva seguía viva? Acaso pudiese hacer algo por salvarla. Descartó la idea.
Continuó arrastrando la saca dentro de la grieta abierta en el precipicio, Crisanto conocía cada recoveco de la cueva que se abría detrás.
Cuando soltó a Oliva, Crisanto se encaramó por la pared, ni un solo tropiezo tuvieron sus pies en esta ocasión.
No se molestó en arrancar la moto, sujetándola por el manillar, regresó de nuevo al faro. La humedad de la noche formaba pequeñas gotas sobre el sillín. Y el haz de luz en su giro sin fin, a intervalos, inundaba de claridad el entorno.
No pensó más en Oliva.
Fue el chico el que había alertado a los vecinos porque su madre faltaba de casa. La policía pasó por el faro para preguntarle si Oliva lo había visitado.
Peinaron la zona y revisaron el acantilado en los primeros días de la búsqueda.
Encontraron el cadáver. Lo acusaron a él. Nadie creyó su versión.
Ni su abogado.

MARA A. LOREDO

Momento en que Mara A. Loredo recibe el Accesit del“II Certamen Literario 50+”por su relato "Crisanto"




6 comentarios:

  1. Joseph Cardí Llompart. Universidad de BARCELONA3 de febrero de 2014, 14:31

    Me alegra comprobar que esta autora sigue trabajando y ganando reconocimientos. Y he visto en este mismo espacio otro de sus relatos y confieso que, tanto el primero como éste, me han enganchdo completamente. Me gusta esta forma de hacer que el lector participe del argumento como si fuera uno de sus protagonistas. Nuevamente mis felicitaciones a la autora.

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  2. Felicidades a su autora. Es un buen relato que engancha desde el principio.

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  3. Precioso relato. Muy emocionante. Enhorabuena para la autora por el premio y por su trabajo literario

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  4. Pedro artime Solis CASTILLA LA MANCHA3 de febrero de 2014, 22:10

    Completamente de acuerdo con los comentarios anteriores. He descubierto este blog muy recientemente y constantemente me depara sorpresas agradables como por ejemplo, estre breve pero interesante relato cuya lectura, una vez iniciada, no se puede abandonar. Me ha gustado mucho.

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  5. Francisco MARTI PRIETO (Girona)8 de febrero de 2014, 12:37

    Muy interesante este relato corto. No hay que olvidar el mérito y la dificultad del relato corto, un género literario no siempre correctamente valorado. Me ha gustado en su conjunto y por su ritmo. Felicito a la autora y la animo a continuar trabajando en esta linea.

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  6. Excelente relato. Merecía más que un accesit.

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