Estudio de Arte YUSTE

* El Estudio de Arte YUSTE significa la culminación de un ansiado proyecto: hacer de un centro dedicado a la restauración y conservación de obras de arte y objetos artísticos, una expansión hacia la pedagogía del arte y la literatura basada en el único criterio de aplicar la más rigurosa ortodoxia en lo académico y la libertad total en lo creativo.

* Desde hace más de treinta años el Estudio de Arte YUSTE ha desarrollado este proyecto con la satisfacción de ver como el trabajo y la dedicación de los alumnos ha situado a muchos de ellos en escenarios donde se valoran la creatividad, la originalidad y la capacidad de investigación y superación que marcan los caminos de la actividad artística.

* Como consecuencia de esta tarea basada en el trabajo, la disciplina y la dedicación, se ha creado el Grupo Artístico STUDYO que pone de manifiesto el resultado del esfuerzo de unos artistas que, desde la individualidad estilística y creativa, presentan su trabajo a público y crítica amparados por galerías de arte e instituciones que acogen sus obras con interés y claro deseo de mostrarlas y difundirlas.

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viernes, 16 de marzo de 2018

Relato corto del Taller de Escritura Creativa



LA AFRENTA


Un relato de Mónica CASADO FOLGADO

ilustrado por Carmen BUSTILLO BERNALDO DE QUIRÓS




La gente del pueblo cantaba, comía y reía a lo largo y ancho de la plaza. Gregorio observaba a la muchedumbre, sentado en un banco de madera y sosteniendo su bastón con ambas manos, ofreciendo una visión de seguridad y poder. No en vano, él había pagado aquel convite.

Los años posteriores a la guerra habían sido duros, pero eso no le había impedido mantener a su familia. El día en que unos desgraciados destrozaron su fragua y huyeron dejándole sin negocio y con su mujer embarazada al borde de un ataque de nervios, Gregorio montó en su mula y viajó más allá de la frontera con Portugal. Volvió con una bolsa de dinero, una escopeta y tres pulgares de más en los bolsillos.
Nadie volvió a molestarlo, y él continuó con sus viajes. La familia creció y él fue envejeciendo junto a su esposa. Ahora, orgulloso, veía a su nieta bailar con su vestido nuevo revoloteando alrededor y a su nuevo marido intentando seguir los pasos de una de tantas jotas. La felicidad, ese día, era de todos.

De repente, se escuchó un disparo y la gente enloqueció de terror. Todos corrieron a esconderse, chocando unos contra otros en medio del caos. Muchos desaparecieron por las calles que salían de la plaza, pero otros se arrimaron a las paredes de las casas o se asomaron a las ventanas, observando, temerosos, al hombre que sujetaba a la nieta de Gregorio. 


La tenía agarrada contra sí de forma que los brazos de ella quedaban inmovilizados, así que por más que la muchacha se revolviese furiosa, no era capaz de escapar de su captor. Él, con una de sus manos, sujetaba una pistola. Gregorio reconoció al sujeto.

—¿Germán?—preguntó. Sin embargo, el hombre estaba demasiado ocupado hablándole a la chica como para escucharle.

—Eres una zorra—le susurraba él—, deberías haberte casado conmigo y no con ese patán. Vas a lamentarlo.

—¡Germán!—exclamó Gregorio. El hombre perdió la atención al escuchar al anciano, y en ese momento la chica aprovechó para darle un pisotón. Él se dobló, dolorido, y dejó caer el arma al suelo. Ella la recogió y corrió hasta su abuelo, que la abrazó. Acto seguido, la muchacha apuntó a Germán con la pistola. El hombre estaba enloquecido de rabia.

—¡Maldita bruja! ¡Esto no acaba aquí! ¡Te voy a descuartizar y no serás capaz de volver a juntar los pedazos! Asquerosa…

—Cállate—interrumpió el anciano. Se hizo el silencio en la plaza. Germán pareció recuperar mínimamente la compostura y miró fijamente al abuelo. —Has venido a la boda de mi nieta y le has estropeado la fiesta a todo el mundo. No va a quedar así.—Gregorio inspiró hondo.—Esta noche, junto al río. Lleva un arma si lo deseas.

Le hizo un gesto a su nieta y ella, obediente, tiró la pistola hacia Germán. Este se había quedado más blanco que la sosa, probablemente por la sorpresa; se agachó y recogió el arma que había aterrizado a sus pies. Gregorio y la muchacha se dieron la vuelta y desaparecieron por una de las calles.

Al atardecer, en casa del abuelo, todos cenaron en un tenso silencio. Cuando terminaron, él sacó su vieja navaja de un cajón y comenzó a afilarla frente al fuego. La familia aguardaba y observaba, rodeándole como estatuas de piedra. Gregorio pasó el dedo por el filo, comprobando el resultado. Lo dio por bueno.

Su nieta se adelantó y se arrodilló ante él. Tomó con respeto la navaja y besó la hoja para luego devolvérsela. Miró a su abuelo fijamente a los ojos.

—Ya sabes qué hacer—susurró ella.

Gregorio caminaba por el bosque con dificultad, intentando no tropezar con los arbustos y la maleza. Llegó al único claro que se podía encontrar junto al río y halló a Germán esperándole. Bajo la luz de la luna, parecía mucho más delgado y nervioso que aquella tarde; la pistola relucía en sus manos. Los separaban unos cuantos metros, pero se podían ver a la perfección la cara. El más joven estaba asustado, el más viejo aguardaba con una calma que parecía casi forzada.

Gregorio sacó la navaja con un movimiento sorprendentemente fluido y ágil para su edad. Germán levantó la pistola rápidamente, de forma que el temblor de su brazo se trasladaba al arma. Al anciano solo le faltaba relamerse.

—Germán… ¿Estás asustado?

El joven seguía temblando a la vez que una mancha de orín se extendía por la tela de sus pantalones, visible incluso en la oscuridad. Su dedo comenzó a moverse sobre el gatillo, sudoroso. Estaba dudando.

—Si no me matas tú, te mataré yo a ti— dijo Gregorio. Una mueca de odio acudió al rostro del joven, que tensó el brazo y se preparó para disparar.

Se escuchó un ruido húmedo y luego algo duro rompiéndose. El sonido de un disparo reverberó por todo el bosque.

Gregorio observó cómo Germán quedaba tieso como una tabla para, a continuación, caer muerto al suelo. De pie junto al cadáver se hallaba su nieta, con el brazo manchado hasta el codo de sangre y el corazón de su ex amante en la mano. Ella tenía la mirada puesta sobre los restos de Germán, pero alzó la cabeza y clavó los ojos en su abuelo. Gregorio le sonrió orgulloso y ella le sonrió de vuelta. La muchacha pasó sobre el muerto de una zancada y llegó hasta su abuelo, que la abrazó. Juntos tomaron el camino por el que él había llegado anteriormente, dejando el cuerpo del joven atrás.